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lunes, 29 de noviembre de 2010

Kurotenshi: Death Trough Edge~Cap.5

No siempre la historia nos trae cosas hermosas.

No siempre la vida nos cuenta historias hermosas.

Siempre existirán aquellos relatos amargos que, tan reales y a la vez tan fantásticos, nos dicen cosas que nos hacen sentir como una milésima parte de este mundo en el que vivimos. Este bello y horrible mundo convive, se alimenta, se forma de esos millares de historias que surgen en él y hacen que sea algo más que una sucesión de tragedias y memorias felices.

"Érase una vez... un lindo pollito.

Este pollito había nacido en una pequeña familia de la que pronto lo separaron.

Lo encerraron en una pequeña cárcel de cristal y hierro de la que no podía salir. Desde allí era capaz de ver como el resto de pollitos jugaban alegremente o comían granos de maíz con sus mamás que los cuidaban y les daban mucho amor. Él también quería jugar con alguien, comer grano con su familia y ser querido por otros, quería sentirse como se sentían los pollitos. Él simplemente quería tener algo a lo cual pertenecer.

Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, las horas corrían y los días cesaban, el pequeño animalito no veía que nadie venía a sacarlo de la cárcel de cristal y hierro. Empezó a llorar en silencio porque se cansó de piar y piar, se quedó sentadito frente al cristal porque se cansó de golpearlo y de saltar para que alguien lo viese... dejó de querer ser un pollito para escapar de alguna manera de allí..."

Así eran las palabras con las que un niño decoraba su historia, mientras observaba con una mirada vacía el blanco techo del lugar en el que se encontraba confinado. Es curioso como, años más tarde, le esperaría algo peor que su confinamiento. Él solo deseaba alguien que lo salvase de la locura que le produciría estar solo y aislado durante el resto de su vida.

Requiem five~Five silver tears

El joven pelinegro caminaba tranquilamente por la calle con un par de cascos con el volumen al máximo y unas bolsas llenas de objetos variados. Nadie del lugar le importaba lo más mínimo, a él solo le importaba llegar pronto a casa y no era precisamente por capricho suyo. A pesar de que él ignoraba al resto de la humanidad, las personas que lo veían por la calle le resultaba de lo más extraño. A pesar del frío que hacía, se veía que aquel joven vestía una camiseta de tirantes con alguna que otra tira o enganche decorativo, que dejaba ver la blanca piel en la zona del vientre. Llevaba puestos unos pantalones negros ajustados y unas botas de montaña rojas ya algo desgastadas. Los demás, que casi temblaban al verlo tan destapado, se consolaban con el hecho de que intentase cubrirse al menos con un viejo abrigo de colores azul oscuro, verde apagado y negro.

Llegó hasta un edificio algo viejo, aunque aquello no era un edificio para él, lo veía como un montón de ladrillos carcomidos por el paso del tiempo y cochambrosos. La fachada era de piedra rojiza ya desgastada, de la cual las plantas decoraban humildemente la triste figura que ese lugar suponía. Abrió una chirriante puerta de madera negra y la cerró tras de sí con un portazo para hacerse notar, alguien lo esperaba dentro. Dejó las llaves y las bolsas en la entrada como si nada y colgó el abrigo de un perchero, luego atravesó un oscuro pasillo cuyas paredes estaban cubiertas de un papel decorativo bastante viejo y el suelo de madera emitía un extraño chirrido cada vez que pisaba. Se apoyó en el marco de la puerta de una amplia habitación sumida en una oscuridad que competía con el resplandor mortecino de unas pantallas de televisión.

-Te dejarás la vista en ello, morboso sádico.

Un hombre de unos treinta y pocos, de cabello castaño claro y ojos violetas lo miró de reojo sin darse a penas la vuelta. Observaba sentado en una silla vieja unos cuatro, cinco o quizás seis monitores a la vez, donde se veían varios lugares a la vez. Pero había uno que captaba más su atención y era la imagen del sótano de aquella misma casa, donde una chica se encontraba sentada en el suelo cabizbaja. El chico apartó la vista del adulto, sabiendo que no estaría de un humor tan bueno como para no reprimirle por sus bromitas. Este le hizo unos gestos para que se acercara que obedeció sin rechistar y cuando se hubo colocado lo suficientemente cerca de él le rodeó la cintura, tiró de él obligándolo a sentarse sobre sus piernas.

-Less, ¿no te dije que no me molestaras mientras trabajaba? No me obligues a tener que castigarte como siempre, perro necesitado.

No respondió, no tuvo tiempo para ello. El pelicastaño se abalanzó a darle un beso en la boca forzado, lo que hizo que Less lo intentase apartar. Consiguió levantarse de las piernas del mayor retrocediendo pero tropezó y cayó de culo sobre el duro y frío suelo de madera rechinante. Se quejó por lo bajo mientras su compañero reía estrepitosamente y se levantaba del asiento para colocarse encima del menor de forma que no pudiera moverse, agarrándose las muñecas y mirándole fijamente a los ojos turquesa claro. En ese momento se cruzó por su rostro una sonrisa retorcida que provocó que un escalofrío le recorriera la espalda a Less y abriera los ojos como platos. Le ató las manos y empezó a deshacerse de la ropa del menor, este cerró los ojos dejando escapar algunas lágrimas de terror. Corrieron las horas y cada vez iba a peor, no solo invadía su cuerpo como le venía en gana, también le golpeaba y le hacía cortes y quemaduras, pero el moreno no podía reprimir los gemidos de dolor y de ese sucio placer que tanto detestaba.

Cuando todo acabó, el chico se quedó tumbado en el suelo, observando el vacío a la espera de una salvación que parecía no llegar nunca. Se levantó como pudo con el cuerpo adolorido y se abrazó a sí mismo en busca de calor. Miró hacia un lado y comprobó que allí estaba su ropa tirada de cualquier forma en el suelo, la recogió y se dirigió a darse una ducha para que toda aquella suciedad se marchase con el agua. Al acabar de ducharse, se cubrió las heridas con vendas y tiritas y se vistió, ya listo para salir. Se encontró en la otra habitación a su torturador, con una resplandeciente sonrisa de macabra satisfacción, evitó mirarle a la cara lo máximo que pudo mientras volvía a abrazarse como un niño pequeño asustado.

-Ve a llevarle la comida a nuestra invitada, seguro que la has asustado con tus gritos de perro pervertido.

-Calla y déjame en paz, viejo verde.-masculló molesto Less al dirigirse a la cocina, donde lo esperaba una bandeja con un plato de sopa, los cubiertos, pan y un vaso de agua.

Cogió la bandeja y abrió una puerta en el pasillo que llevaba al sótano, era un lugar más viejo aún que la casa en sí y rebosaba de telarañas por todas partes. En las paredes de la derecha y la izquierda se hallaban amontonadas un montón de cajas llenas de cintas de video y documentos que tapaban unas estanterías llenas de juguetes, cajas de ropa vieja y demás objetos olvidados. En la pared del fondo, entre utensilios sin identificar cubiertos por una lona blanca y más telarañas, destacaba una puerta cerrada con un cerrojo algo oxidado pero que aún se mantenía lo suficientemente fuerte como para no dejar escapar lo que allí se hallaba. Apoyó la bandeja en una caja y abrió la cerradura, pasando con cuidado de cerrar tras de sí con la comida aún en su sitio.

Lo que allí dentro se encontraba era una joven de cabello negro y profundos ojos azul oscuro, que vestía ropas blancas antes como las plumas de una paloma blanca y ahora de color casi marrón por tener que sentarse en el sucio suelo. Estaba atada con grilletes que le impedían moverse hasta la puerta y se mantenía cabizbaja, clavando la mirada en sus manos sucias que tenía apoyadas en el suelo. Less se acercó a ella depositando la bandeja en el suelo y no pudo evitar el oler el perfume que, a pesar de llevar días allí encerrada, aún permanecía en la joven: era como varias flores de vainilla cubiertas de un suave caramelo que te llenaba no solo los pulmones de dulzura, sino el alma también. Se quedó un rato en silencio allí sentado de cuclillas, mirándola fijamente, respirando dulzura y esperando a que esta empezara a comer.

-¿No comes?-le preguntó finalmente.

-No tengo hambre...-respondió ella con una dulce voz, tan dulce como su perfume, sin quitarle ojo a sus manos.-¿Y tú? ¿No tienes hambre?

En aquel momento al joven le rugió el estómago, enrojeció levemente y apartó la mirada. Le dijo a la joven que no tenía hambre para hacerse el fuerte y el silencio volvió. Ella optó por empezar a comer un poco de sopa mientras de vez en cuando mordisqueaba un poco el pan. Él simplemente la miraba cuando por fin rompió el silencio la joven:

-¿Por que me ayudas a ese hombre a mantenerme aquí encerrada?

-Porque sino Ume me castigaría más de lo que ya lo hace...

-Entonces, ¿por que no te alejas de ese hombre si tanto mal te hace?

-No puedo hacerlo.-respondió apartando la mirada algo entristecido.-Si lo hago, él hará daño a las personas que quiero, como está haciendo ahora. Hice algo malo y por culpa de eso ahora todos están pagándolo...

La chica cogió un poco del pan que le quedaba y se lo metió a la boca mientras lo miraba inquisitivamente, Less tragó saliva y empezó a hablar.

-Mi peor error... fue conocerlo. Desde pequeño siempre pude ver espíritus porque al parecer mi padre era un Dios, el Dios de los muertos, y mi madre era humana. La gente me tomaba por loco y mi madre no tardó en enviarme a un pequeño hospital, especial para niños que han tenido alguna experiencia traumática y vayan allí para rehabilitarse. Me tuvieron allí 2, 3, 4, 5 años o quien sabe cuanto en una inmensidad blanca, completamente solo y harto de pastillas que no surgían efecto, pronto empecé a temer el volverme loco de verdad. Rezaba porque alguien viniese a sacarme de ese basto mar de locura y blanco...

"Fue entonces cuando apareció Ume, en aquel momento lo que vi no era el monstruo de ahora, sino un hermoso príncipe que desprendía confianza y me ofrecía su mano. He de admitir que el error del que más me arrepiento fue el de haber confiado en él, dejándome llevar por su aspecto encantador y sus palabras traicioneras. Al principio, después de adoptarme, era muy bueno pero con el paso de los años todo fue a peor. Entonces, la ilusión con la que había soñado se desmoronó en mil pedazos. Quise suicidarme muchas veces, tantas eran que ya perdí la cuenta pero nunca tuve el valor para ello. Pero hubo una cosa que me hizo replantearme el quitarme la vida o no, aquel día encontré a Deletier. Había ido a un parque al que suelo ir para despejarme, hacía frío y el viento soplaba las hojas secas esparcidas por todas partes. Él estaba observando el lago, alzándose sobre una roca con aquella mirada que casi parecía que iba a echarse a llorar en cualquier momento, todo en él era blanco: su piel, su cabello, su ropa... a excepción de sus ojos, que eran de color violeta.

Me acerqué a él y por alguna razón quise abrazarle, quería protegerlo y hacer que esa mirada lastimera dejase de llorar por dentro. Comencé a hablar con él y no tardó en mostrarme una de sus sonrisas, era tan pura como la de un niño pequeño e irradiaba ternura, como un pequeño peluche. Por lo que me contó, descubrí que él también era hijo del Dios de los muertos y que tenía un hermano gemelo, al que conocí días después. Todo pasó tan deprisa... pero ello no significaba que no les cogiera cariño, al contrario, por primera vez sentí que tenía gente que me quería de verdad. Pero todo lo malo tiene que llegar en algún momento y Ume se enteró de la existencia de mis hermanos. Por alguna extraña razón, él y el gemelo de Deletier ya se conocían, lo que hizo armar un gran revuelo en la familia y, por una parte, hizo que mi presencia se volviera incómoda para él. Por otra parte, Ume empezó a meter cizaña para que creyese que tú y la pareja de Deletier me los arrebataríais... De pequeño, en el fondo envidiaba a los niños por tener madres... pero también odiaba a esas madres por llevarse a sus hijos, alejándolos de mí... Y volví a sentir algo así contigo... Es por eso que le ayudé a secuestrarte, es por eso por lo que Ume me utilizó para obligar a bajar a ese ángel castigador y así poder probar su demente juego... y por el cual he condenado a inocentes...yo solo quería...."

Las lágrimas empezaron a brotar de los ojos del moreno, no quiso terminar la frase. La chica, hasta entonces quieta y clavando la mirada en sus manos, le miró con tristeza y se acercó a él para abrazarlo contra su pecho como una madre que consola a su hijo. Él la rodeó con los brazos como respuesta al abrazo, buscando consuelo en alguien que hasta entonces había tomado como un "enemigo" y al final resultaría el mejor aliado. Fue entonces cuando se despertó en él la chispa que lo incitó a cometer tal locura: cogió las llaves y liberó a la chica de ojos profundos, que lo miraba confusa. La ayudó a levantarse y la sacó de la habitación.

-¿Por que me ayudas a escapar?-preguntó ella, mirándole con preocupación y confusión a la vez.-¡Te hará daño!

-No me importa, por una vez quiero hacer algo bueno.

Y esa fue su única y última respuesta a las preguntas de ella. Comprobó que Ume no estaba y la escoltó hasta la puerta de casa, despidiéndose de ella únicamente con un gesto y observando como esta desaparecía entre las sombras.

~Destruye y arrepiéntete~

Kana no entendía lo que estaba pasando, aquella niña decía cosas muy estrañas y había algo en ella que le resultaba amenazador. Pronto se percató que la sombra de esta había adoptado la forma de la Parca, con esa enorme guadaña de sombras que se llevaría su alma. Sus pupilas se dilataron de puro terror y su cuerpo se quedó paralizado. Pronto de la sombra surgió un joven de cabello blanco y ojos turquesas, que vestía una túnica negra con algunos detalles en rojo sangre y que sostenía una gran guadaña de hierro.

-¿¡Qui-quiénes sois!?-preguntó ella muy asustada.-¿¡Qué quereis de mí!?

Casi de forma mecánica, al pronunciar su última palabra el peliblanco se abalanzó sobre ella y le hizo una herida en el pecho. Cayó al suelo como cae una ligera pluma y vio como la sangre manaba del corte rápidamente, ese lento y cálido correteo y ese horrible dolor no hacían más que darle ganas de gritar pero ningún sonido salió de su garganta.

Mientras tanto, Miyuri estaba preocupado por haber dejado a su amiga volver sola hasta el internado. Decidió finalmente pasarse por allí para ver si aún la podía ver un poco más. Caminó por las vacías calles oscuras, encontrando a un extraño chico de cabello negro delante de la puerta que miraba asombrado al interior, le dio poca importancia y entró en el recinto, encontrándose con la peor escena que jamás vería: como el cuerpo de su amiga yacía inerte sobre un charco del líquido escarlata, amigo de la muerte. Gritó el nombre de la chica pero esta ya no le respondía, corrió hasta ella pero ya no reaccionaba, sus lágrimas se derramaban por su cara pero ya no podía secárselas: estaba muerta.

-¡KANA! ¡KANA! ¡Por favor, respóndeme Kana!-se giró al peliblanco de la guadaña y lo miró con odio.-¡Tú maldito bastardo! ¡Asesino! ¡Pagarás por ello!

Estuvo a punto de lanzarse contra él hasta que un ser salido de la sombra de Kie lo paró, apuntándolo con una pistola en la sien, era Deletier. No pudo reaccionar el humano antes de que un disparo mortal rematase el poco tiempo de vida que le quedaba. Al igual que Kana, Miyuri se desplomó inerte en el suelo con la facilidad con la que cae una pluma y dejaba debajo una gran mancha carmesí de sangre. Con la caída, se desplomaron los cascabeles que días antes le entregó la chica que era igual a Kana. El peliblanco de la guadaña abrió los ojos como platos al descubrir esos objetos cantarines tan familiares, los recogió y apretó en su mano contra el pecho. Entonces, respondiendo a la pregunta de la chica que hizo antes de morir, exclamó:

-Yo soy la sentencia final que, arrepintiéndose de su propio existir, os liberaré de esa existencia que se os ha dado de forma injusta, aquí presente está Edelier Andrews Gray.


Le temps est compté en arrière
et une larme est répandu
Qui est propriétaire?
Je vais raconter l'histoire
la prochaine fois que nous rencontrons
dans ce cauchemar douce.