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domingo, 30 de octubre de 2011

Shirotenshi: Forgotten memories without you~Cap.4

-Ya estoy aquí... ¿Tsuki?

Lunrey se quedó extrañado al no descubrir al peliblanco justo en el lugar acordado. Después de todo el camino que tuvo que hacer para poder llegar hasta allí con prisas y domases, él llegaba tarde, pero no tardó en darse cuenta que no era así. Se fijó que allí estaban sus cosas, bajo el gran árbol tres libros apilados en una pequeña montaña, dos más desperdigados por el suelo, su abrigo y un pequeño bolso viejo y desgastado. Se sentó en el suelo y comenzó a curiosear el título de los volúmenes que se había dejado el albino allí olvidados, topándose con que algunos no poseían título en la portada y que estaban escritos a mano en el interior.

Entre esos cinco, uno llamó su atención sobre los demás. 

Era pequeño y fino, de tapa dura y de color beige, estaba gastada y tenía marcas de rozaduras y de dedos. Las hojas del interior estaban amarillentas y incluso algunas estaban rotas. La letra era irregular, la caligrafía cambiaba aleatoriamente, unas veces era casi perfecta y otras era caótica, como si el autor no tuviera tiempo de relatar los hechos. Pasaba las páginas dándoles una leve ojeada por encima, una tras otra hasta que una le hizo parar en seco. Tsukisoice. ¿Qué hacía su nombre en el libro? Quizás lo había sacado de algún personaje de ficción, quién sabe, aquel tipo tan peculiar se veía capaz de todo. Retrocedió unas cuantas páginas más atrás y vio que el fenómeno se repetía. Tsukisoice esto, Tsukisoice lo otro. Y lo más gracioso de todo, es que la letra era la del propio Tsuki. ¿Su ego había llegado a tal extremo de ser el protagonista de un relato inventado por él mismo? Sin darse cuenta, entre unas y otras cosas, acabó leyendo la historia allí grabada desde el principio, la curiosidad comenzó a picar en su cabeza y no tardó en atender a su llamada, sin saber lo que se encontraría en su interior.

Four reasons~Four different paths to follow

 Esta historia tuvo lugar hace muchos años atrás, tantos que ya nadie lo recuerda. Al fin y al cabo, ¿qué son los años, sino un conjunto de números asociados al paso del tiempo, que nos empeñamos en medir para saber cuan larga y tortuosa ha sido nuestra existencia? Fechas, números, horas, todo eso puede olvidarse. Los hechos, también. Si no hay alguien que los escriba, no habrá nadie que los recuerde, pues las palabras van guardadas en la boca de quien las transmite y mueren con él llegada la hora final. Es por eso que decidí dejarla aquí grabada, para que todos puedan conocerla en un futuro y a su vez para olvidarla, para deshacerme de estos recuerdos que me atormentan y que me arrastran por la espalda a una caía infinita al vacío. Para poder contarla como debería ser, habrá que empezar por un comienzo todavía más remoto que el comienzo verdadero de este relato, una época ya tan lejana que es bastante difícil recrear lo más realista posible cómo sucedieron los verdaderos hechos, pero aún así, se hará lo posible por relatarlo todo paso a paso.

Era conocido en un pequeño pueblo una antigua leyenda, un cuento de viejas para unos y una verdad para otros. Esta decía que el mundo estaba formado por tres reinos, donde cada ser tenía a su otro "yo" tanto en uno como en el otro, manteniendo así el equilibrio. Para que esto pudiera ser así, tenía que haber una pieza, un engranaje que ajustara a los tres para que no entraran en caos al encontrarse, y es así como nació el Dios del equilibrio. Contaban las malas lenguas que ese Dios nunca podría ser eterno y que, pasado el tiempo, envejecería y necesitaría de un sucesor o todo el mundo caería en el caos. En ese día, nacerían dos niños de diferentes madres, cuyas almas estarían destinadas a unirse como el bien y el mal. Los monjes de la aldea trataban de sacarles de la cabeza a los jóvenes todas esas historias fantasiosas para que se concentraran en lo que era de verdadera importancia. Y fueron estos mismos monjes los que una noche se encontraron en las puertas del templo el cuerpo sin vida de una mujer, en cuyos brazos reposaba el pequeño y delicado cuerpo de un bebé, envuelto en una tela sucia y harapienta mientras lloraba desconsolado ante el frío que le azotaba fuertemente. El monje superior se acercó a la madre, reconociendo el rostro al instante. Aquella chica era conocida en todo el lugar como una persona amable y alegre, verla en esa situación hizo que el alma se le callera a los pies. Sin dudarlo ni un segundo, cogió a la criatura en brazos, meciéndolo poco a poco para que dejase de llorar y lo llevó junto al resto de monjes a un lugar donde entrara en calor. Al día siguiente, el cuerpo de la mujer fue enterrado, asistiendo todo el mundo al funeral. Era sabido que no tenía familia viva y que su marido hacía dos meses que había fallecido en una guerra. El pequeño quedaba solo, y nadie en el pueblo parecía estar dispuesto a acogerle. El monje superior dio por hecho que si nadie lo haría, él mismo lo criaría como si fuera su propio hijo, decidió ponerle de nombre Chika y le prestó su apellido. El pequeño creció en el templo, criado por todos como si fuera el hijo del pueblo, era feliz allí y sentía que todos eran su verdadera familia, suplantando el vacío que habían dejado la muerte de sus padres.

Pero el destino ya tenía preparado algo para él.

Fue cuando apenas tenía siete años, un niño de cabello castaño y ojos ambarinos apareció en el pueblo, completamente herido y agotado tras una exhaustiva carrera por el bosque. Entre varios lo llevaron a una casa y allí lo curaron, dejando que descansara un poco para después preguntarle los detalles que lo llevaron hasta aquel lugar. La curiosidad comenzaba a roer en la cabeza del pequeño Chika y no tardó en aparecerse por la casa para conocer al recién llegado. Acompañado de la hija de una sacerdotisa que se alojó en la aldea unos años después de que los monjes lo encontrasen, se acercaron hasta allí y observaron como unos adultos le interrogaban. Le preguntaban sobre cualquier cosa, pero el menor se negaba a responderles. Dando por hecho que no sacarían nada de él, lo dejaron pasar y decidieron que lo intentarían de nuevo en otro momento, los pequeños se quedaron a solas con él. Les miró con desconfianza, escrutando con la mirada cada rasgo de su rostro, cada detalle de su vestimenta y cada gesto, por pequeño que fuera, que hacían. Chika se acercó a él y junto a la pequeña, se sentó sobre la cama para mirarle mejor.

-Hola.-saludó con algo de timidez, pero sin perder su sonrisa amable.

El otro no respondió. La pequeña se acercó al oído de Chika, murmurándole algo, el chico no tardó en asentir.

-Yo me llamo Chika, ella es Isana.-intentó de nuevo entablar conversación con el otro, sin ningún resultado novedoso.-Tienes unos ojos muy bonitos

El otro simplemente abrió más los ojos, Chika e Isana intercambiaron miradas con nerviosismo. De pronto, comenzó a reírse, los otros dos quedaron perplejos.

-Cómo le digas eso a todos los chicos que conozcas pensaran mal de tí.-habló al fin el moreno.

El rostro de Chika enrojeció completamente y volteó el rostro, haciendo pucheros infantiles. Isana rió por lo bajo, tapándose la boca con la mano para que no se le notara tanto.

-¡No se lo digo a todos los chicos que me encuentro por ahí! Además, ha sido idea de Isana... ¡no mía!

Los tres no tardaron en echarse a reír, fue ahí donde se estableció el vínculo que cambiaría el destino de Chika para el resto de su vida.

Los años pasaron raudos y veloces, los tres crecieron juntos, inseparables. Eran como hermanos pero sin lazos de sangre u otro que no fuera el que ellos mismos crearon. Through, que así se llamaba el tercero, crecía rápidamente, convirtiéndose en un muchacho de 10 años al que le encantaba meterse en líos. Sin poder evitarlo, los otros dos siempre acababan metidos en las travesuras del otro pero nunca se quejaron por eso, es más, se divertían con él aunque después de todo les regañasen. Aún así, toda esta amistad que había entre los tres fue a más.

Una noche, Chika se despertó al escuchar como lo llamaban desde el exterior. Distinguió a Through por su cabello castaño y sus ojos ambarinos entre los árboles y salió a su encuentro. Sin muchas explicaciones, el otro le agarró de la mano y lo fue conduciendo entre la vegetación, por mucho que le intentara preguntar hacia dónde le llevaba este sólo se dedicaba a conducirlo hacia delante. Después de mucho correr, llegaron hasta un pequeño claro cerca de un arroyo que pasaba al lado de la aldea, la hierba era fina y suave y casi no había rocas, el cielo podía verse claramente y las estrellas se reflejaban junto a la luna sobre las tranquilas aguas. Como era verano, las luciérnagas salieron a danzar entre la oscuridad con sus hermosos trajes de luz y los grillos cantaban su hermosa melodía con gran harmonía y una perfecta sincronización. No pudo evitar soltar una pequeña exclamación y rápidamente miró a su amigo, que le sonrió antes de tirar de su brazo para llevarlo hasta el centro del claro. No tardaron en estar tumbados en el suelo, contemplando la inmensidad del cielo nocturno.

-¿Por que me has traído hasta aquí?

-Quería enseñarte este lugar, lo descubrí hace poco y vengo casi todas las noches. La verdad es que me gusta mucho...

-Deberías haber traído también a Isana, seguro que le hubiese gustado...

-No.-respondió cortante y muy serio, esa reacción llamó la atención de Chika.

Sintió un tacto cálido sobre su mano, aferrándose a la suya con fuerza estaba la de Through. No le importó, eran amigos al fin y al cabo, aquello no parecía un gesto del otro mundo. Volvió su mirada al cielo de nuevo, eran tantas estrellas que contarlas era imposible, pensó.

-Dicen que cada una de ellas es el alma de uno de los nuestros que ha muerto en el pasado.-dijo de pronto Through, también con los ojos clavados en el firmamento.

-Entonces han muerto muchos seres queridos... ¿no?

-Padres, madres, hermanos, tíos, abuelos, amigos, vecinos, enemigos, desconocidos... todos tienen que morir algún día, ¿verdad?

-Cierto... Through, no mueras muy pronto por favor.

Agarró con más fuerza la mano del moreno, que cerró los ojos y esbozó una sonrisa respondiéndole solamente con un "no lo haré" que se perdió entre el canto de los grillos y el recorrido sereno del agua. Poco a poco, Chika fue quedándose profundamente dormido.

Después de aquello, Chika notó un cierto cambio en la actitud de Through. Era más duro con Isana, con la cual siempre solía ser muy atento y cariñoso, se dedicaba a sobreproteger a Chika, incluso haciéndolo ver posesivo. Era muy extraño, su amigo nunca se había comportado de esa forma, ni siquiera enfadado. Decidió que sería hora de hablar con él, preguntarle sobre su cambio. Quedaron en encontrarse por la noche en el lugar de siempre, y allí estaba Chika, en el claro que se había acordado como punto de reunión, esperando a que apareciera.

Pero que nunca apareció.

Notó que empezaba a llover, se acercaba una tormenta. Empezó a correr en dirección al pueblo, una extraña sensación dentro de su pecho le decía que algo no marchaba bien y que debía regresar pronto o de lo contrario iba a perder algo muy querido. No había nadie por las calles, todo estaba tranquilo quitando el estridente gruñido de los truenos. Corrió hasta el templo, subió las escaleras todo lo rápido que sus piernas le permitían y aún así, la imagen que encontró allí lo dejó paralizado como una estatua sin vida. El suelo estaba repleto de cuerpos y charcos de sangre, ahora disuelta en el agua de lluvia, todos eran gente del pueblo, eran los monjes con los que Chika había crecido. Entró rápidamente al interior, notando como el agua chorreaba por su frente y las sandalias se le escapaban, como la ropa le pesaba y la garganta le escocía. En su pecho se arremolinaban una marea de sentimientos, el miedo de encontrar a todos sus conocidos muertos, incluso a su amigo, y la esperanza de encontrarlos a todos todavía sanos y salvos mantenían una batalla campal que acabó por dejarlo sin fuerzas nada más atravesar la puerta del templo. Las palabras no quisieron salir de su garganta cuando se encontró a Through de pie, con una espada en la mano y cubierto de sangre, a sus pies habían grandes bultos negros que no supo identificar hasta que la luz de un rayo lo iluminó todo: eran el monje superior, la sacerdotisa e Isana. Se acercó todo lo rápido que pudo al cuerpo de la menor, zarandeándola levemente mientras susurraba su nombre, pero no hubo respuesta. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, volteó la cabeza para encarar a su amigo, que ahora le miraba fijamente. No pudo distinguir ningún rastro de emoción en sus ojos.

-¿¡Por que lo has hecho!?-le gritó, lleno de rabia y miedo. Through no respondió.-¡Ella te quería! Todos eran inocentes... ¿¡Por que!? ¡Respóndeme, Through!

Colocó el filo de su espada en el pecho de Chika, una mueca de horror se dibujó en el rostro de este.

-¿Q-qué piensas hacer...? Through no...

No le dio tiempo a terminar. Con un rápido movimiento atravesó el pecho de Chika, dejándole tumbado sobre un charco carmesí y siendo engullido por la fría oscuridad de la muerte.

¿Dónde estoy?

Abrió los ojos lentamente, encontrándose con ese techo que le resultaba tan familiar. Era el techo de ese templo tan querido para él. ¿Cómo había ido a parar allí? Recordó lo sucedido aquella noche y se levantó de golpe, notando un peso sobre su cuerpo, era el cuerpo de Isana. Por alguna razón, ya no le causó tanta impresión como la otra vez, era como si ya no le importase en absoluto. Apartó con delicadeza el cadáver y se levantó del suelo. Se palpó el pecho, aún estaba empapado en sangre pero ya no había rastro de ninguna herida. Se fijó en un objeto alargado que estaba clavado a pocos metros delante de él, reflejaba el resplandor del sol como si fuera él mismo el que emitiese tal brillo cegador: era la espada que Through había utilizado para matarle. Se acercó hasta la espada, era una katana de filo rojizo, su mango era de color negro y tenía una cuerda de color carmesí anudada en él. La cogió sin problemas, no resultaba muy pesada.

Salio del templo arrastrando el arma, notó un cierto olor ceniciento en el aire, pero no le importó. Todo le daba igual ahora. Bajó las escaleras escuchando el golpeteo del metal contra los escalones de piedra, al llegar al último, su rostro inexpresivo se descompuso y su cuerpo cayó de rodillas en el suelo. Todo estaba destruído, las casas estaban quemadas hasta los cimientos, los cuerpos carbonizados de la gente aún descansaban en las puertas y ventanas donde habían caído al intentar escapar de las llamas, incluso algunos cuerpos y casas seguían ardiendo un poco. Aquel chico había conseguido destruir en una sola noche todo lo que él había amado alguna vez, jamás se lo perdonaría, el odio era lo único que su corazón aceptaba en ese momento y el odio sería lo que traería de vuelta a ese malnacido para destrozar su vida con sus propias manos igual que él había hecho con la suya.

-Through... estes donde estes pienso encontrarte... ¡Te mataré, juró que te mataré! ¡MALDITO SEAS, ACABARÉ CONTIGO!

Así fue como Chika vagó años y años buscando a Through, viajó a muchos lugares buscándole con el único propósito de aniquilarlo. Su cuerpo dejó de envejecer al llegar a cierta edad, descubrió que poseía poderes nuevos y que su vida había quedado ligada a un extraño pergamino que encontró cerca del templo donde le asesinaron. Tenía todo lo que necesitaba para acabar con esa persona tan odiada. Sin embargo, los años siguieron pasando y no lo encontraba, ¿y si había muerto ya? Era un ser humano como cualquier otro, obviamente tendría que estar muerto desde hace años, no era eterno como él. Había estado guardándole rencor a un difunto. Poco a poco, ese sentimiento de odio fue disminuyendo, no siempre se le puede guardar rencor a algo que está muerto, es algo inútil. Incluso si lo hubiera matado con sus propias manos, Isana y los demás jamás volverían. El odio era inútil.

Fue entonces cuando, hace ya quinientos años, se encontró con dos niños pequeños un día de lluvia. Eran gemelos, tenían el cabello de color blanco grisáceo y sus ojos eran de colores distintos, uno de ellos tenía el derecho violeta y el izquierdo turquesa mientras que el otro al revés, el derecho turquesa y el izquierdo violeta. Uno de ellos abrazaba con fuerza a su hermano, que lo sostenía de forma sobreprotectora mientras miraba de forma amenazante a Chika, el cual les sonrió dándoles a entender que no iba a hacerles daño.

-Tranquilos, no vengo a haceros daño.-dijo manteniendo su sonrisa y ofreciéndoles su sombrilla.-Si quereis podeis cogerla para volver a casa, a mi no me molesta mojarme.

Ambos se miraron con cierta duda, no se fiaban de aquel extraño. De pronto, una voz los llamó. Era una voz masculina y grave, a Chika le resultó demasiado familiar. Los pequeños salieron corriendo hacía la persona de la que provenía la llamada y el otro giró la cabeza para ver de quien se trataba. Grande fue su sorpresa al ver de quien se trataba. La persona a la que había estado buscando hacía ya muchos años atrás, a quien había odiado con toda su alma y a la que esos niños ahora usaban de escudo para esconderse de él, Through Nigthmare, su asesino, su verdugo y, en muchos años atrás, su mejor amigo.

When you call me
ring the bell that calls the angels
our souls will meet
in the place where the demons come.
We'll meet again
in your sleep without end.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Shirotenshi: Forgotten memories without you~Cap. 3

-Exactamente, ¿qué es lo que busca?

Tsukisoice pareció pensarse mucho la respuesta antes de hablar, volteando los ojos de un lado a otro mientras se llevaba el dedo índice a los labios y los golpeaba con suavidad de forma rítmica.


-Es difícil de explicar, este tipo estaba loco.-fue lo único que respondió, Edelier apretó los dientes mientras emitía lo que parecía ser un gruñido.


-¡Eso no es una respuesta! Tú le conociste, ¿verdad? ¡Explícamelo! ¿¡Qué es lo que planeaba!?


El extraño personaje comenzó a dar vueltas por la sala, era un extraño cuarto de paredes azul marino cuya única iluminación procedía de un peculiar candelabro que sostenía velas negras, que a su vez desprendían ténues llamas celestes. La pálida luz bañaba débilmente unos muebles de color verde aguamarina y una robusta mesa de roble sobre la que se esparcían miles y miles de papeles de toda clase y colores: pequeños, grandes, oscuros, claros, blancos, negros... muchos de ellos contenían dibujos o estaban escritos por las dos caras, con letra irregular y bastante desgastados. Lunrey cogió uno de estos con cuidado y lo observó con aborrecimiento, comprobó que una esquina se deshizo con solo tocarla y procedió a devolver el papel a su sitio intentando que no se notara y regresó a uno de los asientos, siguiendo con la mirada las múltiples vueltas que daba Tsukisoice de forma mareante. Se llegó a preguntar si no se mareaba de dar tantas vueltas.


-Lo que ese demente planeaba es crear un mundo desde 0, un bello y perfecto mundo, tan irreal como un delirio y tan mortífero como un dulce veneno.



Three days~ three embodiments of madness


Less contemplaba con temor como Suzume y Shei se acercaban a él amenazantes con aquella prenda de vestir.

Aquella mañana las chicas se habían empeñado en salir a comprarle algo de ropa al muchacho ya que no podría vivir eternamente con la que Sairon le prestaba y prácticamente arrastraron a los chicos hasta el centro comercial más cercano. En ese momento, ambas sostenían un vestido blanco de tirantes con volantes en la parte de abajo, que llegaba más o menos hasta la rodilla, la cintura estaba rodeada de una cinta del mismo color que podía atarse por la espalda con un lazo como si fuese un cinturón. Cada una lo agarró de una mano y tiraron de él para meterle dentro del probador con la prenda, Sairon se quedó mirando la escena con estupefacción y una ligera sonrisa de compasión, mientras pensaba "pobre Less, le ha tocado a él". Un chico de más o menos la edad de Suzume, de cabello blanco y ojos morados llamado Riebi suspiró con cierto alivio de pensar que al menos no cogieran al resto de chicos para ponerle trajecitos. Cuando las muchachas salieron de los probadores tarareando una melodía similar a un "tatatachán" de las trompetas, corrieron la cortina que separaba el probador del exterior, dejando ver a Less con su "nuevo atuendo". El vestido le quedaba bastante ceñido, realzando completamente su figura y otorgándole un aspecto más estilizado del que había pensado tener. El blanco resaltaba algunas zonas sonrosadas de la piel del muchacho y las hacía ver más sensibles de lo que quizá eran. Incluso se habían acordado de ponerle algunos accesorios, como una flor blanca en el pelo, una gargantilla del mismo color y una tobillera de plata.

-¿A que es una monada?-preguntó la morena con gran emoción mientras abrazaba al pobre Less, que intentaba esconderse detrás de ella con el rostro completamente rojo de pura vergüenza.

-E-esto no está bien... ¡Soy un chico! ¡N-no puedo llevar vestidos!

-Pues yo creo que te sienta de miedo.-Bromeó el rubio, haciendo que Less se pusiera más rojo de lo que ya estaba y se escondiera todavía más detrás de Shei.

Less corrió hasta el vestuario del que había salido y cerró la cortina, negándose a salir hasta que no le trajeran ropa de chico. Empezó a quitarse el vestido rápidamente, farfullando por lo bajo sobre la situación y sintiendo un escalofrío al imaginarse lo extremadamente ridículo que se vería. En ese momento, escuchó algo.

Uno, dos, tres golpecitos.

El sonido provenía del espejo se dijo, pero... ¿cómo podía alguien golpear tras él? Se giró lentamente, sintiendo como se le erizaban los pelos de la nuca y le resbalaba sudor frío de la frente. Vio su propio reflejo sobre la superficie, su cuerpo pálido levemente marcado en algunas zonas gracias a los años que convivió con Ume y su rostro lleno de sorpresa. De pronto, la imagen cambió en algo. Su cabello era mucho más largo, atado en una coleta y de color azul. Su forma de mirar también era diferente. Seria, tranquila, también melancólica. Instintivamente acercó la mano al espejo para tocar esa extraña imagen con tal delicadeza que creyó que se desvanecería de un momento a otro. El extraño del reflejo colocó el dedo índice sobre la pulida superficie de cristal y comenzó a moverlo. Derecha, izquierda, arriba, abajo... en todas las direcciones hasta conseguir una palabra, una única palabra perfectamente escrita. Una única palabra que hizo que abriera los ojos como platos y retrocediera con rapidez y se chocase contra algo inesperado. Ambos gritaron sin pensarlo.

-¿Pero que ha pasado?-preguntaron todos casi a la vez.

Se había chocado con Shei, que le traía algo que ponerse. Avergonzado, le pidió disculpas una y otra vez, alegando que no se había dado cuenta de que ella iba a entrar. Volvió a mirar al espejo por el rabillo del ojo, volvía a estar él mismo allí.

-¿Ocurre algo?-le preguntó Shei ladeando la cabeza.

-Creo que me estoy volviendo viejo.



-Dante-saaaaaaaaaaaaaaaaan.-exclamó Deletier como si estuviera gritando un trozo de una canción infantil, todos se le quedaron mirando con semblante de haber visto un loco.

-¡Te he dicho que no me llames a voces por la calle, tarugo!-le regañó el mencionado dándole una colleja cuando lo tuvo al lado.

Sin importarle la bronca de su amigo, saltó hasta colgarse de su cuello a modo de abrazo de bienvenida. El pelinegro le revolvió el pelo soltando un suspiro de resignación, el albino sonrió. Lo soltó y volvió a pisar el suelo, ambos comenzaron a caminar sin darse cuenta de que cada paso lo daban con el mismo pie en perfecta sincronización. Dante miró por debajo de las gafas de sol y se percató de ello, parando en seco. Deletier hizo lo mismo, al mismo tiempo y de la misma forma.

-¿Intentas imitarme?

-¿Imitarte? No, ¿por que lo dices?-ladeó la cabeza inocentemente el albino y parpadeó un par de veces.-Ahora que lo dices, se siente como si mi cuerpo se moviera solo.

Sin previo aviso y a una gran rapidez, Dante sacó una daga del interior de su chaqueta y balanceó el filo cerca de Deletier, este se apartó casi al instante pero no lo suficiente como para no sentir cerca el cortante metal sin que le llegara a herir. Empezó a gritarle si estaba loco y cuando quiso darse cuenta, unos cables finísimos, imperceptibles para las personas, le cosquillearon en la mejilla al romperse. Vio algo centellear al lado de la cabeza de su acompañante antes de que él lo cortara, era otro más. Entrecerró los ojos, su pupila se volvió de color rojo y pudo entonces ver la imagen que les rodeaba con más claridad: todo estaba repleto de esos extraños cables, todo, completamente repleto. Estaban rodeados.

-Hay cables en todas partes, no hay forma de librarse de ellos.

-No me digas que puedes verlos, porque para una noticia así no hace falta tener los ojos de superman. Preferiría que también tuvieras rayos ópticos incorporados, conejuso.

-No tengo rayos ópticos, no soy de Di Gi Charat ni tampoco Cíclope de los X-men, pero tengo algo que puede servir.-Alegó mientras sacaba dos de sus pistolas, una completamente blanca y otra plateada con las palabras "Silver Blood" gravadas en perfecta caligrafía.

Dante empezó a regañarle por sacar aquello deltante de todo el mundo, pero ya era demasiado tarde, todos habían huido al ver a dos extraños individuos armados en mitad de la calle. Todo estaba vacío, un desierto en mitad de la urbe se dijo el moreno mientras se quitaba las gafas de sol para guardárselas en un bolsillo. Un extraño individuo surgió de la sombra de un árbol, Deletier notó que todos los hilos iban a dar a sus manos. Giró la cabeza para crujir el cuello, iba a ser una tarde movidita.



-Ya está todo listo.-Exclamó con alegría Suzume mientras daba media vuelta sobre sí misma y se giraba a los chicos.

-Menos mal, nos hemos librado de ponernos trajecitos.-Rió Riebi mientras se rascaba la mejilla.

-Mou, si os veis monísimos con ellos puestos, no os quejéis.-Lo regañó la rubia, más como una broma que por otra cosa.

Todos rieron ante aquello, hacía muchísimos años que no se había reído tanto, o eso pensó Less. Le gustaba disfrutar de la compañía de todos ellos, se sentía como si estuviese rodeado por una gran familia o algo similar, todos se sentían cercanos y eso le gustaba. Sin embargo, algo en su interior le hacía recordar una y otra vez que aquello no podría durar para siempre y que en algún momento tendría que acabar, como siempre había pasado y como siempre pasará. Se llevó la mano al pecho instintivamente, aquello dolía, y aún así se esforzaba por reír junto a ellos.

Se dirigieron hacia la salida del centro comercial, era hora de volver ya que todavía había que preparar la comida y se les estaba haciendo tarde. Iban hablando animadamente, riendo y haciendo bromas como cualquier grupo de amigos. Less disfrutaba de las "esencias" que desprendía el grupo, desde muy pequeño había desarrollado la capacidad de percibir un "olor" característico en cada tipo de personas que le podían dar pistas sobre como era su personalidad... e incluso su procedencia. Sus hermanos al ser ángeles, olían como un suave perfume un poco dulce pero que no llegaba a ser empalagoso, era muy agradable. Las personas amables por lo general olían a dulces, como pasteles o azúcar, incluso a fresas con nata o similares, mientras que los rencorosos era un olor agrio, acercándose al de huevos crudos. A pesar de esto, nunca supo asignarle un olor determinado a Ume, su esencia cambiaba constantemente y muy a menudo era tan débil que apenas podía percibirla, a veces llegaba a hacerlo ver muy lejano a él, en el fondo algo reconfortante. Normalmente debía conformarse con las muestras de supuesto afecto que Ume le regalaba, nunca conoció el verdadero cariño sin que hubiese algo escondido por detrás. Debía conformarse con el tacto sobre su cuerpo de aquellas manos sucias y que le provocaban un sentimiento repulsivo hacia su propio cuerpo. Y es que sin poder evitarlo, él mismo sentía que todo aquello lo provocaba, que era culpa suya atraer a otros con solo mirarle, como si quisiera llamar su lujuriosa atención a través de su físico y aquello le daba náuseas. Pero él no podía actuar de otra forma, él era así y siempre lo sería. Y era por eso que les envidiaba a ellos, que tenían un aroma tan dulce y agradable del cual enorgullecerse, él no podía oler su propia esencia pero estaba seguro de que nunca sería tan dulce como la de ellos porque, al fin y al cabo, Ume había conseguido transformarla en una nauseabunda como la suya.Un escalofrío le recorrió la columna de arriba a abajo, haciendo que se estremeciese. Miró a su derecha, encontrándose con una visión que lo desconcertó del todo: se vio a sí mismo, sonriendo de una forma que no le gustó en absoluto. El falso Less empezó a correr entre la multitud hacia el interior del lugar, con una torpe excusa, el muchacho le siguió tan rápido como podía. A duras penas conseguía seguirle el rastro entre tantos desconocidos a su alrededor, que lo miraban extrañados a través de su carrera contra corriente. No tardaron en llegar hasta el aparcamiento, desierto de personas y repleto de coches. Era extraño que un lugar así estuviera tan poco transitado por los que llegaban y salían del gran espacio comercial, al menos así pudo quedarse a solas con aquella imitación tan perturbante de sí mismo y que ahora estaba de espaldas. Se acercó despacio, alargando una mano para tocarle el hombro aunque con cierto temor, ¿qué podía hacerle? Miles de ideas se pasaron por su cabeza, haciendo que su miedo aumentase cada vez más.

-¡No lo hagas!-gritó una voz desconocida a sus espaldas.

Se giró en redondo, volviendo a ver a aquel chico de cabello largo y atado en una coleta, esta vez vestido con una especie de kimono japonés negro y con una mirada llena de preocupación y tal vez de enfado. Sintió como se reía el otro Less de una forma que le puso los pelos de punta, no supo si girarse o no hasta que empezó a hablar.

-Idiota, ¿sólo has salido de tu madriguera para retrasar lo inevitable?

-Déjale en paz, él no tiene nada que ver en esto.

-Si que tiene, más que tú seguro, fantasma. Nuestro deber es ser uno solo y no dos, ¿¡no lo entiendes!? Debemos convertirnos en uno, ¡como tú debiste hacer en su momento!

-Yo... no entiendo nada...-murmuró Less llevándose las manos a los oídos, ya era suficiente, no era capaz de comprender la situación en absoluto y por encima le tenía que ocurrir todo eso.-¿Por que... por que yo? Ya basta...

El rostro del peliazul cambió a uno más apenado, quizás hasta piadoso.

-Deja a Less en paz, esto es solo entre tú y yo.

-Te equivocas, Chika Kakera, te equivocas.-Dijo la falsificación mientras sonreía de oreja a oreja.-Esto es algo entre él, tú y yo.

-¡Callaos de una vez!-gritó harto el muchacho.

Cerró los ojos con fuerza y empezó a contar mentalmente hasta diez, como solía hacer cuando era un niño y quería que algo horrible terminase. Le vinieron a la mente aquellos momentos cuando su madre le gritaba por cualquier cosa o cuando Ume le empezó a "tocar" de esa forma, hacía justo lo mismo que estaba haciendo allí, cerrar los ojos y contar hasta diez, hasta que la pesadilla acabase. Pero en esos tiempos nunca acababan, abría los ojos y seguían allí, haciéndole saber que la pesadilla nunca acabaría, que su vida era la pesadilla. Lentamente volvió a abrirlos, esta vez descubriendo con alivio que las visiones ya no estaban y que en su lugar habían personas caminando hacia sus vehículos o que lo miraban extrañados. Se abrazó a sí mismo, aún seguía asustado. Intentó serenar sus latidos, su respiración, el pecho le dolía de lo rápido que batía su corazón contra las paredes de la caja toráxica, ¿a caso nunca podría llevar una vida normal?

Nuevo mundo

Iba a ser una tarde calurosa, pensó el hombre mientras miraba el cielo azul. Dio una calada a su pipa mientras bajaba la vista del hermoso lienzo azul y blanco hacía la tierra firme y, a su parecer, bastante monótona. Soltó el humo con fastidio, estaba bastante aburrido y un pensamiento sobre la vejez recorrió su mente. Estaba convirtiéndose en un abuelo en toda regla. Se recostó en el respaldo del banco y se puso a jugar a mover una piedrecita con la sandalia. Tenía el cabello de color morado y vestía ropas orientales, aquel día llevaba un yukata japonés del mismo color que su pelo con mariposas doradas y llevaba unas vendas sobre uno de sus ojos y la frente. Se encontraba en un pequeño banquito de piedra al lado de una casa del mismo material de una villa muy al estilo de un poblado chino. La gente que pasaba por allí parecían también sacados del mismo, ropas orientales, ojos rasgados y cabellos oscuros, era como estar en la misma China, pero sin estarlo. No estaban en ningún lugar en concreto, él mismo lo llamó "el punto ciego". Unas mujeres que caminaban llevando pesadas cestas lo saludaron respetuosamente, a lo que él hizo un gesto con la cabeza imitando una reverencia de forma un poco tosca. Cerró los ojos, intentando abstraerse un rato de todo lo que le rodeaba y disfrutar de la agradable temperatura y el suave olor a comida que venía de las casas hasta que de pronto sintió una presencia a su lado.

-¿Has venido a molestarme después de tantos años?

No hubo respuesta alguna, el hombre de pelo morado simplemente articuló un "me lo tomaré con un sí". El silencio reinó entre ambos haciendo que por fin se dignase a mirar al recién llegado.

-Veo que has tomado otro cuerpo prestado, ¿qué te trae a mi villa de ninguna parte?

-Ya le tengo a él, todo está listo para la ceremonia dentro de tres días.

-Sabes que todo esto es un suicidio, ¿verdad?

-No me importa, todo sea por acabar con este maldito círculo vicioso.-El desconocido hizo una pausa para marcar la tensión en el asunto y mirar a unos niños que estaban jugando al otro lado del camino de tierra que se alzaba entre los dos.-No volveré a dejar que nadie intervenga en mis planes.

-Eres un maldito lunático...

-Takuya, puedo devolverte aquello que la vida te quitó en su momento, solo tienes que echarme una mano.

Pareció pensarse la oferta, su respiración y sus latidos también parecieron detenerse para dejar que la tensión pensara por él.

-No sigas por ahí...-le suplicó Takuya, sintiendo cómo se le quebraba la voz al final.

-Sabes que lo deseas, al fin y al cabo, es por eso que sigues existiendo en este mundo. Ayúdame y yo te ayudaré a tí, de lo contrario, pagarás las consecuencias, porque bien puedo darte como quitarte algo preciado...

Takuya apretó los puños, estaba claro que no podía arriesgarse y aquello le produjo una gran satisfacción al extraño que, en aquel momento, sonreía de oreja a oreja.

When you call me
ring the bell that calls the angels
our souls will meet
in the place where the demons come.
We'll meet again
in your sleep without end.